Hace dos días estábamos el montañés y yo en nuestra nueva
cafetería favorita, leyendo tranquilamente y comentando entre nosotros lo que
nos iba llamando la atención.
Aprovecho para hacer propaganda del libro de Alena KH, @intersexciones |
Al lado había una pareja (nada que ver con las personas que aparecen en la foto, que es del mismo sitio pero de otro día). Ella había llegado antes, él un
poco más tarde. Unos treinta y cinco años ambos. No oía lo que decían pero si
hubiera tenido que especular sobre su relación habría dicho que era reciente,
lo que denominaríamos un rollo. Él parecía incómodo y ella daba la impresión de
comportarse de ese modo un poco absurdo y sobreactuado que adoptan las chicas
con poca autoestima cuando quieren agradar y notan que no lo están
consiguiendo. No hice mucha orejilla porque no resultaba agradable y en ningún
momento me volví hacia ellos o demostré interés por su conversación. Seguí
leyendo y los ignoré. Pero en un momento, sin mediar “provocación”, él se volvió
hacia nosotros y nos dijo, señalándola a ella, que se estaba riendo en el sofá:
—¿Esta niña que da tanta guerra no será vuestra?
La miré. Era esa forma de reírse con la que quieres salir
airosa de una afrenta, fingiendo que no te afecta y que te la tomas como una
broma, aunque en realidad te está haciendo pupa.
—No, no es nuestra- le contesté –pero me la quedaría muy a
gusto, parece muy maja. ¿Te quieres venir con nosotros un rato? – continué,
dirigiéndome a la chica.
—Pues si os la quedáis para siempre me quitáis un problema
de encima.
Ella se ríe por no llorar, el tono de él no es agradable,
está disfrazando de gracieta una falta de respeto grave. De reojo miro al
montañés, que está a punto de soltarle algo muy gordo, no puede con los abusos. Por aquello del espíritu navideño, no prejuzgar y no meter cizaña en pareja ajena, decido darle al tipo la oportunidad de recular:
—Anda, anda, que si me la dieses luego te arrepentirías
porque la echarías de menos.
Te la doy, me la das, cómo si tuviéramos algún derecho y
ella no fuera dueña de sí misma. Ya me está jodiendo seguirle la corriente,
pero quiero ofrecerle una salida airosa, por si acaso es realmente una broma
que se le ha ido de las manos. Por no enmerdar. Ahí la tienes, majo, la mano
tendida para que des un pasito atrás y arregles las cosas.
—Ni hablar. Te la regalo y me voy tan pancho.
No puedo más. Me vuelvo hacia ella.
—¿Pero cómo dejas que te hablen así, si el mundo está lleno
de hombres? Y mirándote, no parece que tú tuvieras problema en encontrar uno
mejor, si eres monísima, seguro que das una patada en el suelo y te salen
cuatro tíos dispuestos a tratarte como a una reina.
La chica se levanta y me da las gracias. Él se levanta también y se sigue
riendo pero ahora el rictus en la cara es él quien se lo lleva puesto. Salen
cada uno por una puerta de la cafetería y, ya en la calle, ella se despide de
él con la mano. Al final, él camina hacia ella y se marchan juntos.
Os lo digo de verdad, que no lo entiendo. No entiendo que
las mujeres aguanten las faltas de respeto que aguantan, aunque reconozco que
hay actitudes a las que la gente no le da ninguna importancia y que a mí me
parecen faltas de respeto intolerables. Quizás me tienen demasiado mimada (bueno,
eso es seguro, que me tienen demasiado mimada :))), pero lo más probable es que
disfrute de eso porque no he tenido empacho en mandar a escaparrar a gente por
cosas mucho menos fuertes que la que os estoy contando.
Tampoco entiendo que nadie salga con una persona a la que
desprecia. Yo no sé si esa chica estaba comportándose de una manera irritante o
no. Es posible que sí. En ese caso entendería que él pretextara cualquier cosa,
se fuera educadamente y no volviera a llamarla ni a cogerle el teléfono, pero
no puedo comprender que se dedique a ridiculizarla ante unos completos
desconocidos, ni mucho menos que después de eso acaben marchándose juntos. De cualquier forma, no creo que a él le queden ganas de
volverse a arriesgar a implicar al “público” en sus disputas, no se fue con
buena cara. Y yo me quedé supersatisfecha y me llevé de regalo un muerdo
orgulloso del montañés, la sonrisa que me dedicó otra chica que oyó el
intercambio y un caramelo que me dio un señor mayor que estaba, solo
aparentemente, absorto en la lectura de su periódico mientras todo sucedía.
6 comentarios:
Uno que ya está casí ubicado, muy a su pesar, en esa categoria de señor mayor, queda a veces también sorprendido con situaciones parecidas que ya suponía superadas y que le hacen pensar en el lento ritmo de progreso que lleva esta sociedad. Me parece una actitud la suya, además de justa, muy valiente y decidida. Feliz año.
Muy bien hecho Ronronia, mas de una vez hubiera querido reaccionar como tu pero entre hombres las cosas pasan a mayores con mas facilidad.
Siempre he pensado que si las mujeres se pusieran en su sitio la mitad de los problemas de las parejas estarían resueltos. Hay una falsa premisa de que las necesitadas de pareja son ellas que hace que ellos se permitan actitudes prepotentes inaguantables. Aunque también es verdad es que cada vez que me atrevo a señalar una actitud sumisa por parte de ellas ante alguna injusticia me responden con aquello de mantener la unidad familiar y los hijos como si eso no fuera con ellos.
Hay que arriesgar para verles recular.
Un abrazo
Qué gustazo.
Y lo del tipo del caramelo, más.
No, Dama Ron, no sé por qué el humillador se vuelve atractivo. Y no siempre es el tipo el que desprecia (aunque me temo que muchas veces sí).
Decía Jardiel Poncela que una mujer no soporta ver a un hombre humillado por otra mujer, así que hará todo lo posible por liberarlo de ese yugo... y así poder humillarlo ella. Y bueno, el escritor este es que era malo desde chico, qué le vamos a hacer.
Bienvuelta a la blogsfera. Besotes al Montañés. Ya les pongo cara. Qué güeno.
carlos: este señor mayor era muy mayor, tenía los 80 cumplidos. Creo que quizás por eso me hizo aún más ilusión el caramelo. Lo llevo en el bolso. Me resisto a comerme un símbolo :)
Uno: gracias, pero no tiene mérito. A mí en realidad lo que me cuesta esfuerzo es callarme. Tienes muchísima razón en lo que dices de que entre hombres las cosas pasan a mayores con más facilidad. Yo estaba viendo por el rabillo del ojo al montañés, a punto de saltar, y midiendo muy bien mis tiempos para que viera que no era necesario, precisamente por eso, porque creo que el tipo se habría visto "obligado" a ponerse gallito con él, y eso siempre es más peligroso, aparte de más desagradable para los presentes.
Don Micro, lo del caramelo fue buenísimo, sí. El hombre se esperó a que la pareja se fuera, se levantó y me lo trajo. Me encantó. Y también soy consciente de que a veces la que desprecia es ella.
Tengo ganas de que volvamos a vernos, la verdad. Espero que haya otra reunión del Bremen o que, con alguna otra excusa, nos caiga a mano.
Publicar un comentario